Ya desde España pensábamos en ir a Grecia con miedo incluso a decirlo en voz alta. Por lo que teníamos oído, era zona peligrosa y no podríamos ir solas sin correr peligro, aunque acompañadas también sería como poco un reto. Llegamos a Lesbos y observamos las luces de Turquía al otro lado del Egeo, vimos barcas alcanzar la costa y otras tantas ser interceptadas por los guardacostas griegos, y ya sabíamos que la decisión estaba tomada.
Cuando fuimos a enterarnos del coste de los billetes de ferry, pensamos que sería algo que apenas podríamos costear. Al fin y al cabo, supone un cambio de país y de continente, y los refugiados llegan a pagar hasta 2000€ por cruzar hasta aquí. Cuál es nuestra sorpresa, cuando al ir a preguntar por un viaje en ferry a Turquía escuchamos la palabra “ten”. Diez euros por viajar cómodamente, cinco para ir y cinco para volver.
Llegamos a Ayvalik y decidimos trasladarnos a Izmir, ya que teníamos entendido que en la plaza Basmane era donde “se movía todo”.
Cuando llegamos ni siquiera sabíamos que estábamos allí. La plaza no parece una plaza como tal. Nos acercamos a una mezquita donde había apostados a la entrada mujeres y niños que afirman ser procedentes de Siria. Notamos que hay personas que nos miran y pensamos en irnos de allí aunque sin saber hacia dónde. De repente llega otra familia con bolsas y mochilas. Salen del taxi y se quedan donde están. Nos preguntamos hacia dónde irán y si quizás podríamos seguirles. A los dos minutos, aparece un hombre que les dice algo rápido y conciso, y acto seguido, la familia al completo comienza a seguirle.
De inmediato sabemos a dónde se dirigen: a uno de los hoteles con los que las mafias trabajan. Por fuentes externas, conocemos el hecho de que las familias que planean cruzar el Egeo de manera ilegal con las mafia se ven obligadas a permanecer en la habitación de hotel que le digan hasta el momento en que se lo digan, el cual puede ser dentro de unas días o, lo que es más probable, de unas semanas.
Al parecer, las personas pactan sus viajes con las mafias ya en Estambul y quedan en la plaza Basmane de Izmir, Turquía. Los integrantes de las mafias esperan en una cafetería al otro lado de la plaza y observan cuando las personas/familias llegan en frente de la mezquita que hay allí. Ellos esperan a que su enlace, que ya les ha visto venir, les contacte para asegurarse de que son ellos y aparezca haciéndoles seguirle a un hotel con el que tienen pactos previos.
De hecho, en la calle Sk. 1296 exactamente, contamos un total de 25 hostales, y suponemos que, a pesar de tener aparente competencia, no les va mal el negocio.
Tanto Izmir como Ayvalik cuentan con dos cosas en común: el desconocimiento de la gente de a pie y el “sobreconocimiento” de los mercaderes de chalecos y ruedas neumáticas. Das una patada y de debajo de las piedras salen chalecos a la venta perfectamente encajados en sus maniquíes, para el adulto y para el niño, cómo no. Sus dueños, aunque “no estén haciendo nada malo, solo venden un producto”, se muestran claramente reticentes a las fotografías de sus locales.
Ya estamos de vuelta y nuestro trayecto de 5€ en un tranquilo y casi vacío ferry nos hace preguntarnos dónde está la justicia y cuándo alcanzaremos por fin un #pasajeseguro.
Jessica dice
¡Muchísima fuerza y ánimo!
No tiene que ser fácil enfrentarse a esas barbaridades, lo fácil es ignorarlas y cerrar los ojos, pero vosotras estáis siendo valientes y esperemos que todos aprendamos un poco de vosotras y nos quitemos la ceguera.