Cuando pensamos en este vídeo nos planteamos cómo hacer llegar a quiénes no están aquí todo el embrollo de sentimientos que nos atenaza cada día desde que estamos en terreno.
Cómo contaros lo que se siente aún sin sentirlo, siendo solo meras espectadoras. Imaginando un dolor que no es nuestro, pero que nos araña la piel a todas horas.
Y así surgió el conjunto de imágenes y texto que hay aquí, una manera de tratar de contaros lo que no siempre es fácil de decir, lo que no siempre es fácil de escuchar.
“Cuando no tienes nada, la esperanza lo es todo. Pero cuando luchar por tu libertad no es eso solo, sino que luchas por tu vida de rodillas en el lodo, la fe se pierde poco a poco, las ilusiones se convierten en sueños sin cabida, y la esperanza, que es cuanto tenías, ahora yace entre cenizas.
Porque las palizas, con el miedo como único motivo, te han empujado hacia el olvido. El odio transformado en que ser quien eres sea delito, hace que hoy, el mañana se haya caído del aire y su castillo.
Las horas pasan sin avisarte y los segundos corren sin destino, porque para quien huye de la muerte no existe el lujo de estar vivo.
Recorres cada día los mismos caminos, esperando que quizás el final será distinto. Y vuelves, una vez, y otra, y te agotas y te pierdes al saber que la idea de una vida mejor no es otra cosa que delirios del ayer. Y te levantas, pero hasta las ganas de luchar se desganan, desgastadas entre las lluvias, el hambre y la nada.
Cantas, porque la melodía es de otro tiempo y de otros días, de tu hogar cuando todavía era un hogar, de tu vida cuando todavía era una vida.
Recuerdas el adiós que nunca dijiste, el hola que jamás volverás a decir. Y maldices, porque no te queda más cuando estas triste, y preguntas quién decidió por ti que no podías despedirte, que esa vida no avisara antes de irse. Qué duro es no saber que la última vez será la última, saber, sin embargo, que son inútiles las súplicas, y que sin el más mínimo letargo, has terminado solo en esta lucha.
Pero tú, tú sigues intentando salvarte cuando te dicen sin recelos que debes quedarte quieto desde un palco de terciopelo, inmóvil en un charco de cieno que ya te llega por el cuello. Con mentiras pero sin vergüenza, te aseguran que podrás respirar sin aire mientras, lo que tú necesitas es que por fin abran las puertas.
Las palabras se terminan y realmente solo queda la pregunta que cada noche sin piedad alguna te desvela. ¿Cuántas vidas son exactamente, las que hay que perder en mar o en tierra, para que el dinero de esta guerra deje de valer por fin la pena?”
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