Volver a casa. A tu hogar. A tu cuarto, con tu familia. Dejar de dormir en coches de alquiler y edificios abandonados para hacerlo de nuevo en tu cama. Volver a tu vida.
Pero tú ya no eres tú, y todo eso te resulta tan familiar como ajeno. Las mismas sonrisas y los mismos problemas, que se han mantenido estables mientras que tú has dejado de ser quien eras y la persona que ha vuelto no sabe cómo vivir de nuevo.
Pensar en las preguntas sobre el viaje, en el día a día de nuestra antigua yo, nos hizo agobiarnos hasta sentir claustrofobia, y decidimos pausar el tiempo, aunque solo fuera por un rato.
Mentimos a todos diciendo que nuestra vuelta era un día más tarde, para poder irnos a la playa a pasar la noche y la mañana siguiente, fingiendo que aún no habíamos vuelto, que aún teníamos tiempo para seguir siendo nosotras, aisladas de esta vida que ya no se siente como nuestra.
Pero ya es hora de volver a la realidad, sea de quien sea, y recordar, como cada día: “no es injusto que yo sea feliz”.
Deja una respuesta