Aunque ya habíamos ido a Turquía con anterioridad, esta vez queríamos acercarnos un poco más a la frontera con Siria e intentar ver un poco más de una realidad tan escondida como lo está en el país Turco.
En Estambul hay barrios en los que la mayoría de la población es siria, que se ha establecido en el país y ha montado sus propios negocios. En Gaziantep nos encontramos con la misma situación, solo que allí conocimos muchísima gente que no ha tenido los recursos para poder montar un negocio propio y han visto pasar el tiempo mientras intentaban que los locales les ofrecieran un trabajo. Hablaran inglés o turco, lo cierto es que la posibilidad de que esto suceda era casi nula.
Allí conocimos varias asociaciones que están haciendo un gran trabajo en esta crisis de refugiados. La asociación IHH se encarga de proveer ayuda a las personas que se han establecido en los campos de refugiados al otro lado de la frontera, en Siria, con casas prefabricadas, pan y comidas calientes cada día.
Por otro lado, la clínica EMEL está formada por médicos sirios que tratan a pacientes sirios. Esta en específico, se encargaba de las personas con cáncer que, debido a la destrucción de los establecimientos de ayuda no tienen la posibilidad de ser tratados en Siria y cruzan la frontera para intentar luchar por su vida contra el cáncer.
Muchas de las personas que hemos conocido en Turquía no desean cruzar Europa, sino que esperan a que la guerra termine porque desean poder volver a su tierra, a su hogar. Algunos, incluso, vuelven a sus casas sabiendo que es muy probable que este conflicto acabe un día cualquiera con su vida, pero claman que “si voy a morir, quiero hacerlo en mi casa y rodeado de la gente a quien quiero”.
Turquía, el país que no reconoce el estatus de refugiados de guerra a nadie y que no ofrece ayuda alguna a estas personas que ya lo han perdido todo. Ahí es donde Europa está devolviendo a la gente; “un lugar seguro”.
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