Idomeni, aunque bañada de la luz y calor del sol, permanece cubierta de humo. No es por las hogueras esta vez, sino por los gases lacrimógenos.
En la mañana del 10 de Abril miles de personas sucumbieron a la desesperanza y desidia que rodea al campamento de Idomeni y se te pega a la piel con la amenaza de no irse nunca. Durante toda la mañana, se congregaron en las vías y hablaban de la posibilidad de ir a la valla y entrar como fuera a Macedonia. Estas personas necesitan seguir su camino, y empieza a no importar el cómo.
De pronto, todos se dirigieron a aquella pared de metal que les miraba expectante, y aquel descampado se convirtió en una masa de gente y ganas. Los militares macedonios no dudaron en sacar a relucir todo su arsenal, incluyendo tres tipos de bombas gaseosas, balas de goma y, llegado el momento, piedras.
Los gases se esparcían petulantes por el campo, y todos quedábamos atrapados. Muchos jóvenes corrían a tapar las bombas con mantas e intentar apagarlas, pero poco se podía hacer contra el gas lacrimógeno. Cada vez que usaban aquella pistola y no salía la veta de ninguno de los disparos, ya lo sabías: corre. Este arma que tan fácil dispersaban atrapó a demasiadas personas demasiadas veces, y te dejaba sin respiración ni visión para huir de ella.
Conforme avanzaba el día, los disparos iban más lejos, llegando a las tiendas de campaña donde mujeres y niños se habían resguardado, las tiendas de campaña que hacen de hogar a tiempo completo y que quedaron inservibles. Si el gas te pillaba en medio, no había escapatoria. Gas delante, gas detrás. Solo te quedaba la esperanza de que alguien llegara con limón, coca-cola o pasta de dientes para ayudarte a respirar de nuevo.
Los refugiados utilizaron piedras para defenderse pero recibieron la misma medicina. De hecho, las balas de goma, eventualmente, dejaron de ser disparadas hacia arriba o hacia abajo, como dice la ley, sino que iban directas al objetivo.
Cuántos heridos hubo, no podemos saberlo. Eran demasiados los que eran arrastrados a lugares “seguros” o a puestos médicos, bañados en coca-cola o pasta de dientes; demasiados niños que no dejaban de sufrir por los efectos de los gases lacrimógenos.
Lo duro de esta situación no es el evento en sí, que puede resultar más o menos impactante, si no el hecho de haber llegado a esta situación, y el hecho de que haberlo hecho no vaya a cambiar nada. Los refugiados quieren intentarlo otra vez, porque saben que Europa ya se ha rendido con ellos y que, a estas alturas, solo ellos son su última esperanza.
JESUS MANUEL HERVAS GARCIA dice
Lo único que hará que los políticos se muevan, es cuando nosotros nos paremos ¡¡¡ Todos¡¡¡ Estas situaciones se han repetido infinidad de veces en todo el mundo, a diferencia de que hoy sabemos que es lo que no queremos, y no queremos esta manera de tratar a las personas que huyen de una guerra para meterse en otra aún peor¡¡¡